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Nacemos con el miedo bajo el brazo
El miedo es una de las emociones básicas que viene incorporada en los seres humanos y también en los animales, desde el momento en el que nacemos y que literalmente nos salva la vida. Todas las emociones son importantes y tienen una función y objetivo fundamental con nosotros, pero el miedo, sin duda, es una emoción la cual, sin ella, hace tiempo nos habríamos extinguido.
El miedo está en nosotros antes de que mencionemos una palabra, antes de que demos nuestro primer paso. Desde el mismo momento que llegamos a este mundo el miedo viene con nosotros cogido de la mano. No naceremos con pan bajo el brazo, pero con el miedo sí.
Sí, ya sabemos, no es la mejor emoción del mundo para sentirse a gusto con ella, pero es que la función de nuestro cerebro no es que estés a gusto, es que sobrevivas.
Sobrevivir y protegerte muchas veces significa mantenerte incómodo.
Conceptos básicos
En una situación de peligro, nuestros sistemas internos de supervivencia se ponen en marcha tan rápido que no nos da tiempo ni a pensar. Y los mismos mecanismos se desactivarán cuando estén seguros de que el peligro ha pasado. Hay todo un sistema complejo fisiológico de cambios para que nuestro cuerpo esté preparado para salir a correr o a luchar en una situación de miedo, por ejemplo: el corazón se acelera consiguiendo que la corriente sanguínea fluya más rápido y nuestros músculos estén más preparados para salir a correr o luchar.
Se nos agita la respiración para que los músculos estén más oxigenados, nos ponemos en tensión para estar más preparados, las funciones del sistema digestivo se restringen para poder reservar esa energía a otros procesos más necesarios en el momento del peligro.
Siendo pequeñitos, el sensor del miedo se puede activar instintivamente por cosas que se salen fuera de lo común o que realmente no son peligrosas y necesitamos que sean los demás quiénes nos enseñen que hay cosas que no son peligrosas y otras que sí lo son. Y una vez que vamos creciendo, el miedo nos sigue informando si algo es peligroso o no, pero en esta ocasión ya somos nosotros quiénes nos alejamos o protegemos.
Cuando el mecanismo del miedo se pasa de vueltas
Para que nuestro sistema de supervivencia se vaya haciendo más sofisticado con el paso de los años, nuestro cerebro va codificando aquellas experiencias que han sido motivo de peligro en nuestro cerebro y así poder conectar con ellas cuando ocurra algo parecido en un futuro, como si de una biblioteca mental de supervivencia se tratase.
Y aquí entra en juego un problema; si las respuestas de miedo son más intensas o permanecen en el tiempo en nuestro sistema mental y corporal empieza a estresarse, y cuánto más extrema sea la situación más demanda habrá de sustancias como la adrenalina, la noradrenalina o el cortisol, y si esta situación se alarga, los efectos de estas sustancias empiezan a ser tóxicos, el proceso de activación agota el organismo y la alarma se satura y la forma de protegerse del cerebro y el cuerpo ante una situación alarmante y prolongada es empezar a percibirla como habitual. Es decir, como acostumbrarte a coger el coche y ponerlo cada día a 200 km/h.
Por ejemplo; el cerebro de un ser humano en una guerra va a tener que reinstaurar un nuevo equilibrio mental y corporal. No va a tener mucho sentido que una persona en la guerra se eche una siesta plácidamente porque corre mucho peligro de ser asesinada. Pero sí va a tener sentido que esté constantemente alerta, con su fusil en la mano y en una continua búsqueda de escondite.
Si esta situación se prolonga en el tiempo, el cerebro y el cuerpo se acostumbran a este nuevo estado y aunque la guerra acabe, el estado alterado de activación continua. Pero esto ocurre en muchas otras situaciones que también son amenazantes para un ser humano, y aún más para un niño.
A veces, una guerra para un niño es un entorno hostil familiar, un ambiente de peleas, voces, de exigencia, de no aceptación, etc.
Además, cuando somos pequeños, nuestro sistema nervioso aún no está totalmente formado, sino que se encuentra en modo de configuración y construcción para poder ser personas autónomas, de ahí que necesitemos a otros seres humanos para sobrevivir. Pero si en esas etapas del desarrollo las situaciones estresantes se prolongan en el tiempo, se formarán patrones en el cerebro del niño que estén en consonancia con el ambiente. En concreto, (recordemos, como un soldado durmiendo con su fusil) esos patrones se volverán habituales en su funcionamiento.
Ahora bien, ¿os acordáis de la biblioteca de situaciones que hemos mencionado anteriormente?
El cerebro está constantemente aprendiendo, creando conexiones entre lo que ocurre y lo que ocurrió, comparando, calibrando, etc. En gran parte de las ocasiones, las conexiones son inconscientes y sin que nos demos cuenta y a veces podemos tener respuestas desproporcionadas ante situaciones, que al pensarlas y observarlas no cuadran con la respuesta que genera nuestro cerebro y cuerpo. Nuestra respuesta inconsciente y automática no tiene tanto que ver con la situación actual, sino con la respuesta asociada del miedo a una situación parecida.
A menudo, estas experiencias que conectan con otras pasadas no tienen tanto que ver con la situación que nos asustó, sino con cómo la gestionaban o afrontaban nuestras personas de referencia, si nos acompañaron o no, como observamos lo que hacían con ella, si le restaban importancia y luego veíamos que sí les afectaba, aunque no quisieran aceptarlo, etc.
Así, el sistema del miedo a veces se queda enganchado en situaciones que no supimos cómo gestionar porque no tuvimos las herramientas necesarias y que hoy en día, aún nos genera la misma sensación. Pero, recuerda: no podemos cambiar lo que ocurrió, pero sí reconfigurar las sensaciones del miedo para que jueguen a nuestro favor. Ya que va a ser nuestro compañero a lo largo de nuestra vida, que sea un compañero fiable.
¿Crees que te cuesta manejar la emoción del miedo? Si crees que es así o tienes dudas, no dudes en pedirnos más información sobre estos temas en Clínica Psilex, te atenderemos encantadas.