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¿Cómo motivar a tus hijos/as? ¿Sientes que persisten en objetivos importantes para ellos/as? ¿Crees que logras ayudarles a conseguir sus metas?

Todos los seres humanos nos movemos según diversas motivaciones y, en el caso de los niños y niñas, se vuelve clave descifrar cuáles son estas motivaciones y cómo es posible ayudarles a desenvolverse hacia caminos significativos en su vida.

Seguridad, amor y desarrollo, junto con el reconocimiento por parte de otros y la autorrealización, son algunas de las principales necesidades que ayudan a motivar a nuestros hijos, y por tanto, guían la conducta humana. Podemos encontrar esta información más ampliada en las investigaciones elaboradas por el psicólogo estadounidense Abraham Maslow y su famosa pirámide.

En el caso de los menores, las necesidades de seguridad, afecto y aprendizaje constituyen el timón de su comportamiento. De esta manera, consideramos imprescindible identificar sus acciones para cultivar y encauzar sus motivaciones.

¿Cómo reconocer las motivaciones de los niños/as?

Cuando el menor balbucea en un intento de primeras palabras o garabatea está siendo motivado por el deseo de aprendizaje y desarrollo; cuando lanza con fuerza su muñeco al suelo o te pide que juegues con él, reclama tu atención y afecto. También así, los momentos en que se resguarda en tus brazos ante un desconocido o se enfada al perder algo que poseía, busca esa seguridad o intenta evitar experimentar malestar.

Se vuelve un deber de los padres, madres y educadores enseñarles a satisfacer estas necesidades ajustadas a unas normas socio-culturales y familiares. Esto es, su conducta deberá regirse a leyes que van desde comer en su habitación o exclusivamente en el comedor o lavarse los dientes 1 o 3 veces al día, hasta no gritar en clase o no robar en el supermercado.

Para motivar el cumplimiento de estos límites y permitir que los menores logren sus objetivos sin saltarse las “normas del juego”, se ponen sobre la mesa dos requisitos imprescindibles.

Por un lado, el niño debe obtener una recompensa adecuada a la realización de su conducta; y por otro lado, el niño debe conocer cuáles son estas reglas y qué valor tienen; esto es, para motivar al niño a la hora de realizar una conducta debe entender cuál es la regla, qué pasa si la cumplo y qué pasa si no lo hago.

De esta manera, analizamos como los buenos referentes modelan la conducta de los niños/as y como las consecuencias dirigen el comportamiento de éstos.

  1. Sé referente con tu conducta

Para que los menores pongan en valor la consecución de la meta, es de gran utilidad observarla en otros previamente. A mediados del siglo XX, la evidencia científica ya cataloga esta adquisición de habilidades como Aprendizaje Vicario o por Observación a raíz de las teorías del Aprendizaje Social, y podemos obtener más información a través de los postulados neurofisiológicos sobre las denominadas “neuronas espejo”.

De esta manera, los menores adquieren gran parte de sus capacidades emocionales e intelectuales a través de imitación y observación. Esto puede apreciarse claramente en los compañeros del colegio o en hermanos mayores, a través de los cuales replican desdelos comportamientos más adecuados como respetar el turno en la fila, hasta los más inadecuados como tirar del pelo a la compañera de delante.

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Es por todo esto que podemos utilizar esta dinámica a nuestro favor en el proceso de motivación de los menores.

Así, un buen ejemplo puede ser la forma en la que un adulto se regula en casa; si veo como en casa los problemas se resuelven a gritos, ignorando al otro, o llegando a las manos, voy a adquirir una comunicación y una resolución de conflictos mucho más perjudicial que el niño cuyos padres respiran y buscan calma antes de tener una conversación sobre ciertas disconformidades, se respeta el turno de palabra y se llega a acuerdos.

El cerebro del niño del primer caso se ve a sí mismo realizando esas conductas, en ese estado de nervios y con esa falta de autocontrol, por lo que en una situación futura podemos ir imaginando el repertorio de conducta que está en la base de su propia actuación. En otras palabras, se describe una especie de ”programación” de las neuronas, que representan una “predisposición” o preparación previa para ponerla en marcha en contextos similares.

Veamos algunos ejemplos…

  • Si considero que es importante para nuestros hijos/as tener una autoestima sana en la que aprendan a valorarse y cuidarse, tendré que analizar qué tipo de discurso tengo en casa cuando yo mismo me equivoco; ¿me critico a mí mismo? ¿me sobre responsabilizo de ciertas cosas? ¿desatiendo mis necesidades y pongo por encima la de los demás?
  • Ante hábitos saludables ¿tengo una vida sedentaria o realizo actividad física en mi día a día? ¿Voy caminando a los sitios siempre que es posible o no dudo en coger el coche? ¿Como en función de mi estado de ánimo o mantengo una planificación en una dieta variada y equilibrada?
  • Si deseo que el respeto sea uno de sus valores, ¿cómo me defiendo cada vez que mi jefe se sobrepasa en las horas extra no remuneradas que me exige? ¿dejo que mi pareja invalide mis preocupaciones cada vez que expreso mis sentimientos? ¿critico ferozmente a una persona que comete un error?

Teniendo en cuenta esto, podemos concluir que la labor de ser padres, madres y educadores/as nos permite acercarnos a la mejor versión de uno mismo/a.

¿Hacía dónde queremos que caminen nuestros hijos/as?

Aquí, se abre la puerta a demostrar a tus hijos/as cómo poner límites, cómo perseguir sus metas, qué personas quieren mantener en sus vidas, de qué manera consigo ser feliz, pero también qué ocurre cuando nos equivocamos, qué significa esto y cómo lo afronto…

Los niños deben aprender que no se trata de ser perfectos, sino de cómo el error nos hace humanos y como lo realmente valioso radica en afrontar las adversidades y en conservar la esencia de ser uno mismo, diferente y único.

Y ahora, te invitamos a reflexionar… ¿Cuáles son tus motivaciones siendo padre, madre o educador/a? Quizá te gustaría apuntarte a algún deporte, dejar algunos hábitos perjudiciales como fumar, o aprender a pedir perdón incluso a los propios niños/as cuando advertimos nuestro propio fallo.

  1. Las conductas positivas y su reforzamiento

Llega el turno de entender la relevancia de las consecuencias que siguen a nuestras conductas. Sobre este tema, existe reiterada evidencia científica aportada por autores tan trascendentales en el aprendizaje humano como Skinner o Thorndike.

En la educación de los menores, es imprescindible poseer la capacidad de reforzar y motivar su comportamiento positivo. Así, es fundamental conocer cuándo y como premiar su conducta, qué consecuencias reforzantes utilizar y cuáles no, con qué frecuencia, bajo qué circunstancias…

De esta forma, contribuimos a una disciplina positiva y un ambiente de satisfacción en la crianza de nuestros hijos e hijas para ambas partes.

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¿Qué es reforzar?

El reforzamiento constituye el procedimiento a través del cual la aplicación de un estímulo incrementa la probabilidad de que esa conducta se repita en un futuro; esto es, tras realizar una conducta, la aparición de un estímulo hará que esta conducta aparezca de nuevo.

Así, si después de ayudarte a llevar las bolsas de la compra tú me ofreces un chocolate caliente delicioso, la próxima vez que te vea por la calle cargada no dudaré en echarte una mano. Es uno de los tantos ejemplos que podríamos poner para entender este fenómeno.

Por ello, necesitamos entender cuáles son esos estímulos o reforzadores que alientan la conducta de los niños/as. ¿Qué puede ser valioso para tus hijos/as? Hablamos de cualquier tipo de incentivo: verbal, material, afectivo, dinero, tiempo de calidad juntos…

Lo más significativo de estos procesos ocurre a nivel cerebral, pues en el niño se crean unas redes neuronales con ciertas asociaciones que dirigen su conducta en un futuro, a través de la liberación de ciertas sustancias como “dopamina” caracterizada por su participación en procesos afectuosos, emotivos y de regulación de funciones motoras; en ciertos casos esto se traduce en bienestar emocional, gratificación, orgullo… en definitiva, se logra la sensación de recompensa o satisfacción.

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Esto que parece tan sencillo es la base del aprendizaje y de procesos mucho más complejos. Por ello, los psicólogos estudiamos minuciosamente la conducta de nuestros niños y niñas para poder predecir o modificar su comportamiento hacia conductas más óptimas para su bienestar.

De esta forma, el niño aprenderá creencias, valores, hábitos que constituyen la base de su actuación. Si conseguimos guiar estas actuaciones a través de las recompensas asociadas, haremos que su nivel de satisfacción o reconocimiento dirijan eficazmente su forma de ser, su consecución de metas y su búsqueda de la felicidad.

Las aplicaciones de este procedimiento pueden llevarse a múltiples ámbitos; aquí encontramos desde lavarse los dientes todas las noches sin que tengas que recordárselo, alimentar responsablemente a sus mascotas, mostrar empatía por otras personas, cuidar su cuerpo a través de ejercicio físico y buena alimentación, respetar el medio ambiente… hasta la prevención de ciertos problemas de conducta como hábitos nocivos para su salud o faltas de respeto a otras personas.

En próximos artículos daremos pautas más concretas para saber específicamente cómo y cuándo reforzar a los menores. ¡Mantente expectante!

Aprender a reforzar y motivar las actuaciones de tus hijos/as te dotará de múltiples herramientas para cultivar su motivación/es pero también su asertividad, su autoestima, su autocuidado, su empatía…

¿Crees que sabes motivar a tus hijos/as? ¿Te gustaría poder guiar mejor su comportamiento a través de sus motivaciones? Contacta con Clínica de psicología Psilex, estamos aquí para ayudarte.