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psicoterapeutas carta

Tiempo de lectura: 15 minutos

Hoy nos hemos decidido a publicar una carta que nos ha enviado uno de nuestros pacientes sobre la labor de los psicoterapeutas y la terapia.

En su escrito, no sólo explica a la perfección en qué consiste el proceso de terapia y la importancia de implicarse en el tratamiento, sino que además, nos cuenta su historia e invita a otras personas a que den el paso de pedir ayuda.

Estamos enormemente agradecidas por sus palabras, por lo que la compartimos con vosotros esperando que sea de vuestro interés.

Los psicoterapeutas: Artesanos de las emociones

El pasado mes de septiembre experimenté uno de los choques emocionales más importantes de mi vida. Venia de disfrutar, apenas 20 días antes, de uno de los periodos de mayor calidad emocional en los últimos años. Es decir, sin ningún motivo aparente para mi, se puede decir que pasé de una de las cotas más elevadas a uno de los valles más profundos en mi estado de animo. La crisis emocional la originó una conversación, que en ningún momento preveía conflictiva.

La conversación realmente fue un monologo, en el que después de una serie de historias tergiversadas, se concluía en una grave acusación, durante la cual se me pidió que no argumentara nada, pues que se trataba de una descripción de unos hechos tergiversados, que justificaban la sentencia final. Esa sentencia es que me pedían que no me pusiera en contacto con dichas personas, bajo ningún concepto. Se me pedía una absoluta incomunicación hasta que ellas decidieran cambiar de opinión.

Durante dicho monólogo mi primera reacción fue la sorpresa. Inmediatamente le siguió la incredulidad para terminar en un total estado de shock. Tras la conversación, durante algunas horas me quedé solo, pensando y repitiendo el contenido del monologo, analizando hasta el más mínimo detalle, para encontrar una posible explicación a todo lo sucedido. Poco a poco, mientras lo recordaba, me invadían las preguntas.

Al no encontrar una respuesta coherente a ninguna de las cuestiones, creció en mi las dudas e incluso llegue a experimentar un estado de culpabilidad. Me parecía casi imposible que la acusación pudiera ser cierta, pero albergaba una mínima posibilidad de que pudiera serlo. Eso contribuía a que me autoinculpara no ya de la acusación en sí, sino de que esas personas pudieran haber malinterpretado algunos hechos. Todo esto me llevo a un estado de verdadero bloqueo mental.

A las pocas horas llegó mi pareja e inmediatamente le comenté lo sucedido. Expresó la misma sorpresa e incredulidad que había experimentado yo. Comenzamos a analizar los motivos que podrían haber generado la situación y todos ellos se mantenían en especulaciones, sin la posibilidad de poder analizar ninguna de ellas.

El motivo radicaba en que al no poder comunicarme con ellos era imposible poder analizar los hechos y circunstancias que les podrían haber llevado a esas conclusiones. A pesar de ello, esta dificultad intentaba solventarla, analizando vivencias y situaciones de los hechos descritos, con la intención de encontrar una posible respuesta al creciente número de preguntas.

En los días siguientes, esto fue un pensamiento obsesivo continuo. No podía pensar en otra cosa. Estos pensamientos me acompañaban si salía a la calle, veía la televisión o cualquier otra actividad que seleccionara impidiéndome alcanzar la más mínima concentración en ningún momento. Todo esto se tradujo en un considerable incremento de mi estado de ansiedad y de estrés. Los únicos momentos de evidente mejoría eran cuando hablaba con mi pareja. Con sus argumentos los sentimientos de culpa se atenuaban y con ellos la ansiedad y el estrés.

Pasado un mes, me llamó una de las personas implicadas. Tras una breve conversación me comentó que respetaba la actitud adoptada por las otras personas, pero no deseaba esa incomunicación. De hecho quedamos para hablar. Habíamos acordado en que me llamaría para quedar, y de improviso se presentó en la casa. Mi primera sorpresa fue que manifestaba un claro interés en que mi pareja fuese testigo de la conversación. Ella prefirió mantenerse al margen a pesar de los evidentes intentos directa o indirectamente de hacerla participe.

En primer lugar le trasladé mis preguntas y sobre todo si sabía el origen de las acusaciones. Me respondió que no tenía ni idea e incluso en todo momento parecía quitarle importancia a los hechos. Sin embargo, se centró en una serie de quejas, mal interpretadas, que podría ser el origen de todo. Aunque no tengo el más mínimo inconveniente en explicar y responder a cada una de esas acusaciones, no quise interpelarlo en ese momento evitando romper la única posibilidad de comunicación y con ello de resolución del problema. Quedamos en dejar un tiempo y volver a vernos más adelante.

Aunque ahora, en teoría tenía una posibilidad de comunicación, realmente mi estado emocional no mejoró, pues por su parte no había ni la más mínima respuesta a mis preguntas; se incrementaba mi responsabilidad en lo sucedido y sobre todo, lo peor, minimizaba unas acusaciones, que objetivamente mi pareja y yo veíamos como muy graves. Atenuar la gravedad de las acusaciones, hizo que comenzara a plantearme que dichas acusaciones no eran ciertas y todo pudiera ser una interpretación. Esta posibilidad aún incrementaba más mis preguntas. ¿Qué objeto y sentido podría tener semejante farsa?

La ansiedad y el estrés cambiaron mis hábitos, manifestándose de forma palpable en una disminución significativa de las horas que dormía. Tenía claro que la forma de mejorar mi estado psíquico era con un psicoterapeuta.

Personalmente no conocía a ninguno. Como en cualquier profesión u oficio hay buenos y malos profesionales. Posiblemente por mi actividad profesional (neurociencias) conocía los efectos negativos de un mal terapeuta. A pesar de que mi titulación (medicina) pudiera proporcionarme algún excepticismo sobre la utilidad de la psicología en estas situaciones, mi actividad dentro de las neurociencias ratificaba con creces sus beneficios. Ciertamente que un mismo cuadro se puede abordar desde una terapia con fármacos o mediante psicoterapia. Sin embargo, los beneficios del tratamiento psicoterapéutico son evidentes.

Como ejemplo de lo que acabo de afirmar pondré un cuadro grave de la psicopatología, el síndrome de estrés postraumático. Como tratamiento farmacológico se usan antiadrenérgicos, para disminuir los niveles de adrenalina en la amígdala cerebral. La Adrenalina media en el almacenamiento de los recuerdos en la amígdala pero también es el mensajero del sistema adrenérgico. En este sentido activa la frecuencia cardiaca y respiratoria, la presión arterial, el grado de vascularización cutánea entre otros muchos efectos.

Cuando administramos antiadrenérgicos, estamos interviniendo en todos estos niveles. Una de las técnicas psicoterapeuticas del tratamiento del síndrome de estrés postraumático, es pedirle al paciente que mientras nos relata lo sucedido siga nuestro dedo con la mirada , mientras lo movemos rápidamente de izquierda a derecha. Se ha comprobado que el movimiento rápido de los ojos inhibe selectivamente la liberación de adrenalina en la amígdala cerebral. Es decir con la psicoterapia estamos actuando específicamente en el lugar donde deseamos, en vez de hacerlo de forma general en todos los sistemas y órganos diana de la adrenalina.

En otras palabras, con la psicoterapia estamos evitando todos los efectos secundarios del tratamiento farmacológico. Todo ello indujo que mis pensamientos se centraran en encontrar una explicación racional a los hechos sucedidos.

Para ello establecí una serie de hipótesis que iban desde aceptar mi responsabilidad hasta considerar que esos hechos eran fruto de una elucubración malintencionada. Los únicos momentos en que la ansiedad se atenuaba es cuando este análisis lo compartía con mi pareja. Tenía muy claro que la solución era ir a un psicoterapeuta. No conocía a ninguno de confianza y esto frenaba el que tomara esa solución con urgencia. Por un lado esta duda se sumaba a mi estado de ansiedad por encontrar una explicación lógica.

El resultado fue un total bloqueo mental. Una situación que pudiera explicar mi estado mental, es el conductor que se encuentra en una glorieta, sabe la dirección que tiene que tomar, pero todas las salidas están bloqueadas y su única esperanza es que algo indeterminado le muestre el camino.

Una de las noches de insomnio en que me había levantado, de forma totalmente inesperada encontré una posible solución, el que una persona de mi total confianza me podría ayudar a localizar a un psicólogo clínico. Tras una conversación con esta persona me indicó la dificultad de mi solicitud, fundamentalmente porque el éxito lo marca principalmente la relación psicólogo-paciente, al igual que ocurre en la relación con el médico o el letrado. Al final, tras reiterarle que no conocía a nadie, me indicó que PSYLEX le ofrecía una gran confianza, proporcionándome la forma de contactar.

Rápidamente me puse en contacto con PSYLEX para concertar una cita e iniciar la terapia. El día de mi primera cita fue una día especial y difícil de definir. Sin duda fue un día en que predominó el estrés, hasta la hora de la cita. Por una parte tenía depositadas todas mis esperanzas en los resultados de la terapia. A ello se le sumaba la ansiedad motivada por el desconocimiento a si me encontraría con un buen profesional que me ayudara a resolver el problema.

De esta forma fue como conocí a mi terapeuta Dña. Ester Alvarez. Los efectos beneficiosos de la terapia empecé a constatarlos tras la segunda sesión. Hasta ese momento, lo sucedido únicamente lo comenté y lo compartí con mi pareja. A partir de la segunda sesión, cuando algún familiar o amigo íntimo me hacía la protocolaria pregunta de ¿Cómo estas?, respondía comentando lo sucedido. Este hecho no lo había expresado en la terapia con anterioridad.

La explicación que le aplico es que comenzaba a descartar todo tipo de culpabilidad en lo sucedido, por mínima que esta pudiera ser. Hablarlo y comentarlo con otras personas con diferentes puntos de vista, objetivamente me beneficiaba. A partir de esos momentos, durante los meses de terapia mi mejoría fue progresando paulatinamente.

Con la terapia descubrí que para alcanzar los objetivos que me había marcado es fundamental alcanzar otras metas intermedias. Igualmente el conseguir las respuestas que necesitaba, no es un objetivo que dependiera de mi. Para obtenerlas es imprescindible que las personas poseedoras de dichas respuestas deseen compartirlas conmigo. Todo esto hizo que mi estado emocional mejorara de forma drástica. Junto a esto igualmente descubrí la conducta que podría haber propiciado que estos acontecimientos se produjeran. Ahora disponía de una herramienta que prevendrá sucesos similares.

Asistir a dicha terapia me ha hecho adquirir la estabilidad emocional que había perdido y que muy probablemente había ido disminuyendo paulatinamente, sin ser consciente de ello.

Este relato lo comencé describiendo que después de uno de los puntos mayores de felicidad, caí en uno de los valles más profundos. Después de la terapia puedo decir que me encuentro en un estado de estabilidad, en que los momentos de felicidad surgen de forma más frecuente. Muchos de esos momentos de felicidad, anteriormente los ignoraba debido a los altibajos emocionales.

Durante este tiempo muchas personas me han felicitado por la valentía de ir a terapia. En absoluto considero que haya sido ningún acto valiente, como no lo es el paciente que va al digestologo u oftalmólogo. Si es cierto, que por diversos motivos el asistir a una terapia psíquica es un acto que muchas personas descartan desde el principio. Entre esos motivos se encuentra la estigmatización del paciente psíquico por parte de la sociedad. Dado los inmensurables beneficios que he encontrado en la terapia, escribo esta experiencia con el firme deseo de animar a quien pueda leerlo a que acuda a solicitar ayuda a la psicología clínica.

Muchas personas se esconden y justifican el no solicitar esa ayuda en: su condición …, su personalidad … o que con tratamiento farmacológico pueden controlar su ansiedad o estrés. Para esas personas me permito decirles lo siguiente y la terapia la comparo con la actividad física. De todos es conocido los beneficios objetivos de la actividad física. No sólo mejora la eficacia y actividad de nuestro sistema muscular sino que incrementa la eficacia del sistema cardiovascular y respiratorio. Sin duda cuesta adquirir la disciplina y el esfuerzo de encontrar el momento de hacer ese entrenamiento físico. Los beneficios de quien lo consigue son objetivos.

Igualmente todos conocemos el incremento de métodos para realizar una actividad física “sin esfuerzo”. Fundamentalmente son autoestimuladores musculares pasivos. Estos sistemas ni disminuyen la atrofia muscular, ni mucho menos tiene ningún efecto sobre el sistema cardiocirculatorio o respiratorio. Son eficaces en casos muy concretos de patologías del sistema locomotor o neurológicos.

El tratamiento farmacológico de la ansiedad, estrés u otros trastornos psíquicos es similar a esos autoestimuladores musculares pasivos. Por una parte no actúan específicamente donde se requiere y tienen una acción sistémica, por ello tiene siempre efectos secundarios. Hace años se conoce que el consumo de benzodiacepinas durante 3 años consecutivos incrementa en un 40% la probabilidad de padecer una Enfermedad de Alzheimer.

La terapia requiere de esfuerzo por parte del paciente. El terapeuta en cada uno de nosotros va potenciando y reafirmando los rasgos beneficiosos, mientras modula aquellos que nos podrían resultar perjudiciales. Esa labor dirigida por el terapeuta, ha de hacerla cada uno de los pacientes. Sin ninguna duda los efectos son mucho más perdurables y sólidos. Hoy la mayoría conocemos la necesidad de un preparador físico particular o en el gimnasio. Su indicaciones nos permite realizar un ejercicio físico dirigido a los aspectos que necesitamos potenciar. El psicólogo clínico es el preparador psíquico de nuestra mente.

Sin duda en la sociedad actual, estamos expuestos a multitud de situaciones que generan desequilibrios emocionales. La mayoría de las veces, intentamos resolverlos desde nuestro desconocimiento, por autotécnicas.

Desde aquí deseo animar a que, esas personas den el paso de dejarse ayudar por un terapeuta. Sin duda puedo asegurarles que se alegraran de esa decisión.

Para finalizar deseo agradecer a Dña Esther Alvarez los muchos beneficios que me ha proporcionado durante la terapia y sin duda haberse comportado como una verdadera artesana de mis emociones.

¿Te sientes identificado con lo que nos comenta? ¿Has pensado en pedir ayuda? Contacta con Clínica de Psicología Psilex, te atenderemos encantadas.