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Diálogo interno

 

Tiempo de lectura: 8 minutos

Todas las personas contamos con un diálogo interno que nos ayuda a tomar decisiones, reflexionar sobre los acontecimientos del día a día, a percibir los estímulos externos de una manera u otra, etc.

El diálogo interno de cada persona depende, en gran parte, de sus experiencias previas y de la manera de afrontar dichas experiencias o la forma en la que ha aprendido a afrontarlas o evitarlas, evaluarlas o interpretarlas y percibir las consecuencias de sus propias decisiones.

Nadie nace con un diálogo interno determinado. Éste se va formando poco a poco en nuestra infancia con la ayuda de nuestros cuidadores o personas más cercanas a nuestro entorno, y está muy condicionado por cómo ellos perciben el mundo, a los demás, a ellos mismos y a nosotros o nosotras.

Ya sabemos que la realidad es un constructo subjetivo, las condiciones ambientales, culturales, socioeconómicas, etc. están constantemente influyendo en nuestras vidas, pero en gran medida, nuestra percepción hacia esa realidad está constantemente influyendo en cómo nos sentimos en diversas circunstancias.

Por ejemplo:

Un niño que haya crecido con un perro como compañero, en su etapa adulta, probablemente tendrá una visión sobre los perros como fieles amigos. Sin embargo, un niño que de pequeño fuera atacado por un perro, tendrá una mirada distinta hacia los perros. Huelga decir que no le parecerán seres fieles ni depositarán su confianza en ellos. Es decir, las experiencias de ambos niños con los perros y la interpretación que hagan de ellos van a ser muy diferentes entre sí.

diálogo interno

 

Por lo tanto, nuestras experiencias y circunstancias importan en esa construcción de la realidad individual.

Pero también importa y está constantemente influyendo el hecho de como nos ayuden los adultos a relatarnos lo que está ocurriendo ahí fuera.

Por ejemplo:

Imaginad una familia cuyos padres ganan el sustento económico trabajando en el campo y los días que llueve los padres se quedan en casa y suelen dedicarlos a hacer ricas comidas y dedicar tiempo al ocio con sus hijos. Para estos niños, probablemente, el recuerdo de un día de lluvia esté asociado con esos momentos en los que sus padres dedicaban tiempo a estar en casa, hacer comidas ricas y jugar con ellos. Además, esto ocurre la mayor parte de los días que llueve, con lo cual, un día de lluvia para esos niños puede ser un día para dedicar a la familia y jugar con sus padres.

 

 

Y ahora, imaginad otro tipo de familia, en la que los padres trabajan fuera del lugar dónde viven y cada día llevan a sus hijos en coche al colegio. Los días de lluvia la gente suele coger más el coche, aunque tengan que hacer trayectos cortos para evitar mojarse y esos días suelen producirse más atascos. Cuando, uno de los dos progenitores, llevan a sus hijos al colegio se encuentran con más coches y después de dejarlos en el colegio tienen que ir al trabajo e intentar llegar a su hora. Las circunstancias están siendo un poco más estresantes en esos días, y el padre y la madre que lleve a los niños al colegio, va a estar con un nivel de activación y estrés mayor, sus emociones serán diferentes y la manera de afrontar las situaciones también. Bajo estas experiencias con los días de lluvia, tenemos claro que la visión de esos niños sobre la lluvia va a ser muy diferente a la visión que tienen los del anterior ejemplo.

Como podemos comprobar con los dos ejemplos anteriores, lo que ocurre a nuestro alrededor en contacto con los acontecimientos de la realidad y la manera en la que afrontan nuestros cuidadores esos acontecimientos están influyendo constantemente en nuestra manera de asociar acontecimientos con diferentes emociones.

Así es como poco a poco, se va formando nuestro diálogo interno. La manera en la que aprendemos a dirigirnos y comunicarnos con nosotros mismos o con nosotras mismas está muy influenciada con la manera en la que nos hablaron o evaluaron/juzgaron lo que hacíamos siendo bien pequeños/pequeñas.

Por ejemplo:

Imaginemos qué en nuestra casa, los estudios, las notas y todo lo relacionado con el ámbito escolar (y por consiguiente, al ser adultos, con el ámbito laboral) es algo que se da por hecho como una “obligación”. Cuando los niños van creciendo y van afrontando pruebas evaluativas como los exámenes, los padres envían el mensaje de que esa es su obligación. Por ejemplo, una niña llega a casa y le comunica a sus padres que ha sacado un 9 en un examen y los padres responden con un:

  • Es que esa es tu obligación. La próxima vez hay que sacar un 10.

Esta niña empezará a filtrar que el esfuerzo que ha puesto es lo mínimo que tiene que hacer y que probablemente bajar de esa nota no sea algo bien visto en casa.

 

Ahora pongamos que estamos en otra familia en la que suelen elogiar la misma situación. Cuando la niña llega a casa, y comunica que ha sacado un 9 en un examen, los padres elogian este hecho.

  • Es una nota buenísima, aunque lo más importante es lo mucho que te has esforzado para llegar hasta ahí.

Estamos de acuerdo en que, la visión de ambas niñas con respecto a esa nota que han sacado va a ser muy diferente y por consiguiente en los próximos exámenes también.

 

Estas interpretaciones, diálogos con nuestros cuidadores o personas cercanas y su manera de filtrar el mundo puede ayudarnos a conformar un diálogo útil y cuyo objetivo es ayudarnos o, por el contrario, un diálogo que cause más sufrimiento ante las circunstancias de la vida.

Un discurso interno positivo nos ayuda a reforzar nuestra percepción de nosotros/nosotras mismas y también la seguridad a la hora de tomar decisiones o realizar tareas. Nos ayuda también a regular nuestras emociones, a poner nuestro foco de atención en aspectos más positivos, pero no niega los negativos y nos ayuda a confiar en nuestras habilidades para sobrellevar las situaciones más difíciles.

Un discurso interno negativo también afecta a nuestra autoestima, pero en este caso no genera tanta seguridad, hay más incertidumbre y por lo tanto más probabilidades de sentir ansiedad, hay más dudas sobre las habilidades propias para afrontar diferentes situaciones y la manera de regular las emociones no será tan beneficiosa. Con respecto al diálogo interno negativo, hay varias tipos y a continuación, vamos a exponer algunos de ellos con ejemplos para su mejor comprensión:

  • El diálogo interno de la crítica:

    En este tipo de conversación, la persona tiende a restarle valor a sus logros y poner más atención a los errores que se comenten y a los defectos. Además, sus expectativas sobre lo que “debe” conseguir son muy altas y esto ocasiona que, generalmente, no llegue a conseguir alcanzarlas, lo que acaba generando mucha frustración y una sensación de no haber hecho lo suficiente.

Por ejemplo:

En el caso de la niña que saca un 9 en el examen y los padres suelen enviarle el mensaje de que esa es su obligación, es probable que sacar una nota menor como un 7, por ejemplo, ya empiece a ser considerado como una especie de fracaso. Pero realmente un 7 es una muy buena nota, aunque su manera de filtrar este hecho empieza a ser más negativa. También valora mucho más el resultado (sacar un 9) como si ella tuviera el 100% de la responsabilidad en eso, y no se centra tanto en el esfuerzo que ha estado poniendo. Entonces el resultado empieza a ser lo más importante (algo que tiene que ver con el esfuerzo, pero que también tiene que ver con circunstancias que no podemos manejar).Y además, el resultado no suele ser el mejor, porque cuando salen las cosas bien, en su mente todavía pueden salir mejor.

 

  • Diálogo catastrofista:

    En este diálogo, la mirada está muy puesta en el futuro y en las consecuencias terribles que va a ocasionar. Se suele filtrar la información más negativa restándole importancia a la positiva u obviándola por completo y creyendo que lo que va a ocurrir va a ser lo peor, lo que conlleva un estado emocional muy cargado de ansiedad y preocupación.

Por ejemplo:

Volvamos a los niños en los que los padres los llevan al colegio en coche y que ese día de lluvia, la mamá o el papá que va conduciendo empieza a expresar sus preocupaciones en voz alta y con una carga elevada de ansiedad:

“Con este atasco no vamos a llegar a tiempo a clase, y si no os dejan entrar como os voy a llevar a casa, si os llevo voy a llegar tarde al trabajo, y hace un mes ya me pasó esta situación y si mi jefe me echa y me quedo sin trabajo…”

 

Como podemos comprobar, este tipo de diálogos no suelen ayudarnos a regular nuestras emociones ni a prestar atención a nuestras habilidades, más bien suelen funcionar como gasolina que le echamos a una hoguera haciendo que el fuego se vuelva más incontrolable.

El diálogo interno lleva tanto tiempo con nosotros y nosotras que, a menudo, nos cuesta identificarlo. Tampoco estamos muy acostumbrados/acostumbradas a prestar atención a lo que nos decimos, así que todo lo que pasa por nuestra cabeza nos lo tomamos al pie de la letra. Pero, este diálogo se puede modificar y entrenar para que nos sirva de ayuda y pueda ser nuestro aliado más que nuestro enemigo. Para poder entrenarlo y, por ende, mejorarlo, primero es conveniente que podamos identificarlo, acercarnos a él, conocerlo y comprender cuál es su objetivo.

 

 

Modificar el diálogo interno no es una tarea fácil. Hay que tener en cuenta, que este diálogo funciona de manera automática, sin que nos demos cuenta se activa y empieza a filtrar la realidad y el manejo que hacemos de las situaciones que se nos presenta generando emociones más desagradables. Pero, poco a poco, y con ayuda profesional, se puede ir teniendo una mirada más compasiva, cercana y centrada en las evidencias de la realidad para que ese diálogo nos ayude en nuestro día a día.

No es lo mismo que ante una situación difícil pueda hablarme de “lo peor” que podría ocurrir que centrar el diálogo en hablarme con tranquilidad y calma. Las emociones que van a surgir en ambas situaciones van a ser muy diferentes.

Por ejemplo:

Si elegimos como ejemplo sacar un 5 en un examen. No es lo mismo que me diga a mí misma:

  • “Esta nota no es suficiente, tendría que haber hecho mucho más, debería haberme esforzado más, mi obligación es sacar como mínimo un 9. Si sigo sacando un 5 en otras asignaturas mi media bajará y no podré optar al trabajo de mis sueños y entonces seré una fracasada”.

A que pueda filtrar lo que está ocurriendo de otra manera:

  • “no es la nota que quería sacar, pero mi esfuerzo ha sido importante, no todo puede depender de mí y haber sacado un 5 en un examen no define el esfuerzo que he puesto en este examen. He hecho lo que he podido y antes no había hecho exámenes tipo test, me doy cuenta de que no tengo manejo en esto, pero sé que iré mejorando con la práctica”

 

Como podéis comprobar, ambos diálogos son muy diferentes.

En definitiva, el diálogo interno se va configurando de manera que se conforma como una rutina mental, nos acostumbramos a hablarnos de esa manera, a percibir el mundo de esa manera y a tener ciertas expectativas sobre lo que “debe ocurrir” y lo que no, y así vamos conformando nuestra visión del mundo. Como sabemos, nuestras emociones tienen mucho que ver con la manera en la que pensamos e interpretamos las circunstancias y situaciones y, por lo tanto, también podemos conformar una rutina emocional. La buena noticia es, que lo aprendido se puede modificar y se pueden volver a construir diferentes rutinas mentales que nos ayuden a vivir nuestra vida de una manera más acorde a nosotros y nosotras mismas y que nos ayude ante los momentos más difíciles.

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